Mario Molina nació en la Ciudad de México, el 19 de marzo de 1943. Cuando tenía seis años, el mundo gozaba de nuevos y maravillosos productos comerciales fabricados con nuevos y sorprendentes productos químicos.
¡Ffftt! ¡Ffftt! La madre de Mario se rocía perfume en la muñeca.
Jjjjtt, jjjjtt. Alguien limpia una ventana.
Pssst. Pssst. Con solo presionar un botón, se esparce líquido limpiador sobre un mostrador, pintura en una cerca y espray para mantener los rizos del cabello.
Pero uno de esos nuevos productos químicos, utilizado en millones de aerosoles y refrigeradores, tenía un efecto secundario peligroso que nadie había descubierto hasta entonces…
—¡Feliz cumpleaños, Mario!—. El día que Mario cumplió diez años, sus padres le regalaron un microscopio.
Mario miró a través del lente y observó una gota de agua.
«Qué aburrido», pensó. Y, a continuación, se preguntó: «¿Y qué pasaría si el agua estuviera sucia?»
Mario puso unas hojas de lechuga en agua y dejó que se pudrieran. Días después, esa asquerosidad babosa, verdosa y amarronada, olía terrible. Mario se tapó la nariz, y utilizando un gotero extrajo un poco de esa agua y dejó caer una gota en una platina. Entonces, miró a través del lente y soltó un grito ahogado.
«¡Increíble! ¡Tantas asombrosas criaturas en una sola gota de agua!»
A partir de entonces, Mario observaba todo lo que podía en el microscopio: cristales de sal, tomates, cebollas, chiles en salsa y hasta pasta de dientes.
Mario sentía curiosidad por observar otras cosas.
—¿Puedo usar este baño como laboratorio? —les preguntó a sus padres—. Nadie lo usa.
—¡Dios mío! —se lamentó su mamá—. Esto va a ser un verdadero desastre.
Pero sus padres quitaron el inodoro y colocaron algunas estanterías.
—No hagas explotar nada —le advirtió su papá.
Copyright © 2019 by Elizabeth Rusch (Author); Teresa Martinez (Illustrator); Carlos E. Calvo (Translator). All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.