¿Quién fue Celia Cruz? Celia Cruz se despertó temprano un sábado por la mañana de 1947 en La Habana, Cuba. Fue un día emocionante. Antes, su primo Serafín la había sorprendido inscribiéndola en un concurso de canto. Pensaba que su prima tenía el talento suficiente para ganar.
El concurso era para un programa de radio llamado La hora del té. A Celia le encantaba escuchar el programa. A su familia también. Celia tenía 22 años y desde niña le había gustado cantar, pero nunca había aparecido en un escenario ni en la radio. Miró hacia el patio de su casa y hacia las otras casas de su calle. Todo estaba cubierto de rocío. Pensó que esto hacía que su vecindario brillara como un vestido de lentejuelas.
Se puso un vestido blanco, unas medias blancas y unos bonitos zapatos blancos. Su madre peinó su cabello oscuro en un moño y lo fijó con una hermosa peineta. Luego Celia y Serafín se montaron en la guagua que los llevaría hasta la emisora, a 12 cuadras. En sus manos Celia llevaba sus claves, palos de madera que hacía chocar para mantener el ritmo mientras cantaba.
Al llegar a la estación de radio, había muchos concursantes esperando, casi todos mayores que Celia. Cuando llegó su turno, cantó una canción llamada Nostalgia, mientras tocaba sus claves. Una vez que comenzó a cantar, se olvidó de los otros concursantes y de la competencia. Simplemente disfrutaba de la canción. Se sorprendió mucho cuando ganó el primer premio.
Por el primer premio recibió un pastel de una de las mejores dulcerías de La Habana. Cuando ella y Serafín tomaron el autobús de regreso, colocaron la caja del pastel en sus regazos para que no se aplastara. Su familia era muy pobre y nunca había visto un pastel en una caja tan elegante. No podían esperar para verlo, y abrieron la caja en el autobús.
El pastel estaba cubierto de glaseado blanco con flores de colores. Era tan delicado que parecía hecho de encaje. Celia y Serafín disfrutaron de su delicioso olor antes de volver a cerrar la caja.
Cuando llegaron a la casa, Celia encontró a toda su familia esperándola en el porche. Vitorearon cuando la vieron. Abrió la caja y todos compartieron el hermoso pastel. Celia nunca olvidó lo rico que estaba.
No fue solo el hecho de ganar lo que la hizo sentir bien. A Celia le había encantado cantar en el concurso. Estaba ansiosa por hacerlo de nuevo. No se podía imaginar que un día cantaría para multitudes de todo el mundo.
Capítulo 1: Canciones de cuna y el Carnaval Celia Cruz nació en La Habana, Cuba, el 21 de octubre de 1925. Su nombre completo era Úrsula Hilaria Celia Caridad Cruz Alfonso. Su padre era Simón Cruz y su madre, Catalina Alfonso, pero todos la llamaban Ollita.
El barrio donde Celia vivía era muy pobre. La mayoría de las personas allí, entre ellas Celia y su familia, eran afrocubanos, descendientes de esclavos africanos traídos a Cuba por los españoles que se establecieron allí a finales del siglo XV.
Celia y su familia eran muy unidos. Ella era la segunda de cuatro hermanos. Tenía una hermana mayor, Dolores, un hermano, Bárbaro, y una hermana menor, Gladys. Una de las tías de Celia, Tía Ana, siempre la trataba como si fuera su hija.
En la casita del barrio de Santos Suárez, en La Habana, vivía mucha gente. La familia se componía no solo de Celia, sus padres y sus hermanos, sino también de su abuela y de muchos otros parientes. La madre de Celia a menudo cantaba mientras cocinaba platos tradicionales cubanos como: arroz blanco, frijoles negros, papaya y plátanos maduros fritos y ropa vieja, que era un guiso de carne de res desmenuzada.
Todos en la casa tenían sus tareas. Cuando se hizo mayor, una de las tareas de Celia era acostar a los niños más pequeños cada noche. Tenía que darles un baño y acostarlos. Una vez que estaban en la cama, siempre les cantaba una canción de cuna. Pero las canciones de cuna de Celia nunca los durmieron. ¡Los niños siempre querían más! Los vecinos se reunían fuera de la ventana cada noche. Ellos también querían escucharla. Su voz ya estaba atrayendo multitudes en el vecindario.
A veces los padres de Celia le pedían que cantara para sus amigos. Ella era tímida, pero le gustaba tanto cantar que lo superaba para actuar. Nadie amaba más el canto de Celia que su primo Serafín. Él creía que era tan buena como para cantar profesionalmente. Pero tal sueño parecía imposible para una niña pobre afrocubana de La Habana.
Los padres de Celia eran muy protectores. No le permitían que saliera sola casi nunca. Iba a la escuela con sus amigos, y cuando llegó a la adolescencia, la llevaban a los bailes de la escuela. Pero Celia anhelaba ir al Carnaval.
Cada año, en el Carnaval, las calles de La Habana se llenaban de gente bailando y cantando. Cuando Celia tenía 14 años, fue con sus amigos al Carnaval, pero no se lo dijo a sus padres. Sabía que pensaban que no era seguro. Su padre, especialmente, pensaba que las niñas solas podrían meterse en problemas, o incluso perderse entre la multitud. Pero Celia lo pasó de maravilla. Cuando llegó a casa, se sentía culpable por mentir. Así que, a la mañana siguiente, le confesó a su Tía Ana lo que había hecho.
“Si prometes no volver a salir sin un adulto”, dijo su tía, “te llevaré”. Así que Celia volvió al Carnaval la noche siguiente. Cuando llegaron a casa, la madre de Celia les guiñó un ojo. Ella sabía dónde habían estado.
Esa noche Celia tuvo un sueño en el que era la Reina del Carnaval. Se vio con un vestido blanco suelto, su cabello recogido en un moño y su cabeza coronada con una corona de flores. Cuando se despertó a la mañana siguiente, se preguntó si su sueño se haría realidad algún día.
Capítulo 2: Opciones de vida A Celia le encantaba cantar, pero sabía que cuando creciera iba a ser maestra. Ese era el sueño de su padre para ella. Enseñar era un trabajo bueno y respetable. Cuando se graduó de la escuela secundaria, ingresó a una escuela de magisterio en La Habana. La educación en Cuba era gratuita, por lo que Celia no tenía que pagar para asistir.
Cuando tenía 22 años y todavía estaba en la escuela, ganó el primer premio en un concurso de canto en la radio. Después, participó en otros concursos. ¡Y a veces ganaba! Sus premios eran pequeños: jabón, barras de chocolate y leche condensada. Para ella, estos eran valiosos. Aunque había personas ricas en Cuba, la mayoría era pobre. Era difícil encontrar trabajo. Los negros, como Celia y su familia, tenían los trabajos peor pagados. El padre de Celia era un ferroviario que paleaba carbón en las calderas de los trenes. Tenía que mantener a una familia numerosa con su salario, no solo a sus cuatro hijos y a su esposa, sino también a otros parientes que vivieron con la familia en diferentes momentos.
Cuando Celia ganó 15 pesos (unos 89 centavos en ese momento), se emocionó. Usó el dinero para comprar los libros que necesitaba para sus estudios en la escuela de magisterio. A menudo Celia no tenía dinero para ir en tranvía a los concursos de las estaciones de radio. La ciudad de La Habana cubría más de 280 millas cuadradas, y Celia viajaba por toda ella. A veces caminaba millas para llegar a un concurso, o bien pagaba su pasaje cantando para el conductor.
La familia de Celia siempre se emocionaba cuando ella estaba en la radio. Todos menos su padre. Un día, él le dijo que no le gustaba su decisión de cantar. Celia se sintió herida, pero su madre le dijo: “No le hagas caso... simplemente sigue haciendo lo que haces, que yo me ocuparé de él”.
Celia comenzó a cantar con bandas locales y en fiestas. Por lo general no le pagaban por estos espectáculos, pero le gustaba actuar. Cierta vez, cuando Tía Ana la vio cantar, le dio un consejo. Le explicó que el público quería ver lo que ella sentía cuando cantaba. Que no debería usar solo su voz, sino su cuerpo también. Celia se quedaba quieta cuando cantaba, como un asta de bandera. “La próxima vez, quiero verte moviéndote”, le dijo Tía Ana. Y Celia comenzó a moverse. Dejó que la música fluyera a través de ella y se balanceaba a su ritmo. Cuando Celia se graduó de la escuela de magisterio, en 1949, estaba muy orgullosa. Después de la ceremonia, se dirigió a uno de sus profesores y le pidió consejos sobre cómo comenzar su carrera como maestra. Su profesor le dijo: “Celia, Dios te dio un don maravilloso. Con la voz que tienes, puedes ganarte la vida fácilmente. Si consigues una carrera como cantante, podrás ganar en un día lo que gano yo en un mes. No pierdas el tiempo tratando de convertirte en maestra. Viniste a la tierra para hacer feliz a la gente usando tu don”.
Celia se sorprendió al escuchar a su profesor hablar de esa manera. Ella también estaba emocionada. ¿Podría realmente pasar su vida haciendo lo que más amaba? ¡Sí! En ese momento, decidió convertirse en cantante. No tuvo más opción que seguir su destino.
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